Pregón de Semana Santa 2006

Aquellas noches, en el número 10 de la calle Alta del Salvador, apenas dormía nadie. Antes de que los primeros rayos de sol vinieran a jugar con una de nuestras leyendas más arraigadas, los parroquianos de Santa María, por eso de la proximidad, ocupábamos las primeras filas, de este magnífico anfiteatro que se abre frente a la puerta de la “Consolada”.

Ni el frió de la madrugada, ni la prolongada espera, calaba en nuestros ánimos. Desde nuestra privilegiada posición, contemplábamos cómo un río de fieles, se desborda por la calles Corazón de Jesús, Cárcel, o por la plaza de los Caídos…

Y a las siete en punto, todo eran evocaciones. Ni siquiera yo me atrevo a resumirlas en estas páginas…

Creedme si os digo, que no se aprende en los libros, ni en las escuelas de formación, lo que dicen las miradas fijas, en el rostro del Nazareno, mientras los labios callan…

No se aprende en los libros, los recuerdos que vienen prendidos en cada nota que derrama el “Miserere”…

No se aprende en los libros, lo que se esconde detrás de cada promesa, que año tras año se salda, caminando detrás de su Cruz. Con los pies descalzos, encadenados, con pesadas cruces, o con velas en las manos…

Cuando la campanilla anunciaba, que debía iniciarse el camino hasta el Gólgota, los primeros rayos de sol, reflejados en los cristales de las ventanas entreabiertas, dejaban al descubierto, el brillo de algunas mejillas, por donde ya habían descendido más de una lágrima…

La timidez del día, que florecía en la Corredera o en la plaza Vieja, ponía su sonrisa sobre los tejados de las altas torres. Ellas, eran las primeras en otear, primero al Nazareno, hierático, lívido, con su pesada cruz a cuestas. Después, a su Madre Dolorosa, seguida a distancia, por la Verónica y el joven San Juan.

Ha querido la primavera, regalarnos este año, en la madrugada morada, dos nuevas tallas, para ser estrenadas, como si de un Domingo de Ramos se tratase…

Pedro Mariano Herrador Marín