...Y así, parsimoniosamente, llegó la aurora. Y los negros matices de la extinta noche van adquiriendo una tonalidad morada. Absolutamente morada. El orto está muy cerca y unas lúgubres trompetas nazarenas nos despiertan aturdidos. Parece como si el sol tuviera miedo a romper el hechizo de la madrugada y, perezoso, no se atreve a salir por el oriente. La campanilla, cual flautista redivivo, nos arrastra en pos de unos severos penitentes y nos despeña, inevitablemente, en el mar inmenso de Santa María. Allí, año tras año, se opera el milagro: Entre silencios que pueden oírse y el Miserere rompiéndonos el alma, aparece, glorioso Jesús Nazareno.
Jesús Nazareno, lo primero que verán tus ojos, desde la puerta de la Consolada, será una ingente muchedumbre sin distingos de condición social. Muchedumbre concitada por Ti con un poder de convocatoria que para sí quisieran políticos y jefes de estado. Cada hombre, cada mujer es en ese momento una íntima plegaria. Si alzas levemente la mirada verás, frente a Ti, unas monjitas asomadas a un viejo balcón. Son las Siervas de María que, noche tras noche, consumen su vida cuidando los enfermos de nuestra Úbeda. Si por ellas fuera, bajarían de su convento para curar tus heridas y enjugar tu llanto, pero Tú fiel a la misión encomendada por el Padre, las detendrás con una mirada...
Jesús Nazareno, lo primero que verán tus ojos, desde la puerta de la Consolada, será una ingente muchedumbre sin distingos de condición social. Muchedumbre concitada por Ti con un poder de convocatoria que para sí quisieran políticos y jefes de estado. Cada hombre, cada mujer es en ese momento una íntima plegaria. Si alzas levemente la mirada verás, frente a Ti, unas monjitas asomadas a un viejo balcón. Son las Siervas de María que, noche tras noche, consumen su vida cuidando los enfermos de nuestra Úbeda. Si por ellas fuera, bajarían de su convento para curar tus heridas y enjugar tu llanto, pero Tú fiel a la misión encomendada por el Padre, las detendrás con una mirada...
Alejandro Martino Vico